sábado, 27 de noviembre de 2010
Emisión Número 143
"“Y el rabino dijo, esas no son mis rabas”, y todos rieron.
Ernesto miró la hora. Faltaban 6 minutos para las 10.
Las risas. Estaban todos risas. Carcajadas por todos lados.
Ernesto recuerda la hora porque fue la última vez que la vio sonreír.
Ella se levantó y fue a la cocina. Antes de entrar hizo un gesto que a Ernesto le llamó la atención.
Algo con el dedo, nada muy claro como para poder describirlo.
Pero Ernesto sintió que ese gesto reveló un rostro. Un rostro que nunca antes había visto.
Desconcertado, se quedo quieto en su lugar.
Luego de unos minutos, ella volvió. Seria.
Pero de repente todos estaban serios. Ernesto miró la hora.
Todavía faltaban 6 minutos para las 10. El tiempo estaba detenido. Faltaban 6 para las 10 y esto se prolongó, vaya paradoja, durante varios minutos.
Ernesto quedó tan desconcertado que no se animó a preguntar qué estaba pasando. Por qué estaban todos tan serios. Por qué ella, estaba tan seria.
En un momento la siguió hasta la cocina.
Y tuvieron el último encuentro.
Ella fue cruel. Porque si. O simplemente porque algunas son así.
Ernesto se fue sin decir adiós. Como dice Bob, adiós es una palabra demasiado amable.
Sumergido en sus pensamientos, se preguntó qué es lo que no había visto. Cuál es el velo que le impedía ver.
Un velo tan fino que tapa todo sin dejarse descubrir.
Y así deambuló. De bar en bar. De copa en copa.
Porque a veces, antes de encontrar las preguntas… hay que perderse por completo."
Luego, Tomás Aristimuño en vivo!
jueves, 25 de noviembre de 2010
Emisión Número 142
"Ella había dejado una cosa en cada lado.
Un elefante chino en el living. Unos imanes en una habitación.
Una vela para el baño. Una taza para la cocina.
Una planta para el balcón. Un cubrecamas para el dormitorio.
En el placard, unas botas de lluvia sin usar.
Él, eligió uno de esos elementos y lo hizo altar por unos ratos.
Iba con el cubrecamas para todos lados y pensaba, “nunca estuvo o más bien estuvo pero no estuvo estuvo”.
Ese cubrecamas evidenciaba el recuerdo que evidenciaba el vacío que evidenciaba la nostalgia que evidenciaba el recuerdo.
En tantos lugares puede significar en ninguno.
El tiempo fue pasando, el recuerdo se fue instalando. Siempre se van. Siempre se olvidan.
Y si esta vez fuera diferente. Y si esta vez, se quedara.
Y la mente fuera dominada por un simple recuerdo. Una sonrisa en la abstracción del pensamiento.
Una sensación. De esas que congelan el alma. Ahogan la respiración.
Era raro verlo entrar a cines, teatros, restaurantes, estadios deportivos, museos, cumpleaños, bares, consultorios médicos, pagos fáciles, bancos. Siempre con el cubrecamas sobre él.
El cubrecama se había convertido en un cubrematías. Tal su nombre, pues esta es parte de la historia de Matías.
La gente… parecía no notar este cubrecama sobre Matías.
Es que tal vez no lo llevaba ya que para él, significaba otra cosa.
Bien podría haber sido el elefante chino o la vela o los imanes.
El cubrecama cubría los días y las noches. Amanecía con él y se dormía con él. Cuando iba a visitar a sus padres, iba con el cubrecama.
Una mañana de repente, un pensamiento lo asaltó. “Yo le di mi corazón, y ella me dio un cubrecamas”. Él creía que era de una película. Pero no lo recordó en ese momento.
Entonces, cada cosa que ella había dejado allí, solo evidenciaba su extraña forma de permanecer.
Y cuando Matías sintió que el tiempo ya era redundante… decidió guardar todo en una caja. Para que cuando la volviera a abrir en algunos años, el recuerdo sea de las cosas y no de la que lo dejó allí para evidenciar su ausencia."
Luego, la Dra Laura y el universo de los recitales...
miércoles, 24 de noviembre de 2010
Emisión Número 141
"Oscuro.
A lo lejos.
Una luz que quema los ojos.
“Dicen que va a llover”, dicen. Cada día, hubo un momento donde se pensó en eso. “Dicen que va a llover”, dicen.
Sol. Playa. La música correcta. El romance único. Sin atardecer. Solo amaneceres.
Ni siquiera la caminata bajo el sol.
Medialunas. Cornalitos. Arena.
Luces. Son felices.
Un balcón. Un cigarrillo entre dos dedos.
Una charla entre amigos. Un vaso apoyado al borde de la mesa.
“Dicen que ella va a volver”, dicen.
La leve brisa que tanto les gusta. Una conversación en la noche.
El tiempo que se suspende.
Cuatro surfistas van hacia la playa.
Una pelea de pandillas.
Y la noche que va cayendo.
“Dicen que va a llover”, dicen. Pero no llueve.
“Dijeron que iba a llover”, dijeron desde Buenos Aires.
Sin embargo, se sentía que no porque no se quería. Entonces, no llovió.
Y los días transcurrieron. Con risas, sueños, mallas.
Eran cuatro, eran dos, eran uno.
La vuelta empezó temprano. El camino despejado.
“dicen que iba a llover”, dijeron.
Pero al volver a ahí llovió. Pero tal vez si haya sucedido en el viaje.
Lo que pasa es que a veces, cuando las cosas son nuevas, son nuevas. Y algo viejo en un lugar de la mente nueva… tiene otra forma. Y tal vez el sol fue lluvia y la lluvia fue amor."
Luego, Orta el especialista y el Profesor Jonas...
martes, 23 de noviembre de 2010
Emisión Número 140
"Santo, Matías y Ernesto. Se juntaron por primera vez una tarde de domingo. No podría ser de otra manera.
Era una tarde gris. Y la lluvia había pasado como los recuerdos que quedan levemente grabados en la memoria.
Había un resplandor en algún lado.
Estaban solos en un bar. No mozos, no chefs, no otros comensales. Ellos tres.
Matías y Santo se conocieron esa tarde. Y reconocieron rápidamente el dolor que el otro sentía.
De eso, una máxima: hay corazones rotos que se reconocen en otros dolores.
Nadie tenía demasiado ánimo de contar viejas historias de amores, desencuentros y promesas rotas. De hecho, Robert Hamonn en “Torrentes de Amor” decía que el amor es una serie de desencuentros y promesas rotas.
De eso, otra máxima: el amor es una serie de desencuentros y promesas rotas.
Productivo, al menos por unos minutos de conversación.
Entonces… el silencio dominaba la escena. Los tres sabían que una vez comenzado no habría forma de volver atrás.
Si la tristeza gobernaba todos los aspectos de sus vidas… pues mejor no comenzar algo nuevo que no vaya a significar un nuevo rumbo.
“No la quiero a ella presente en todas mis tristezas”, dijo uno. Los demás estuvieron de acuerdo.
Esto tenía que funcionar de alguna forma. Pero antes de dar el primer paso, no solo es necesario entender – aunque sea intuitivamente – como se debe dar. Antes de ese primer paso, es importante sentir la necesidad de darlo.
Ernesto confesó llorar todas las noches. Un par de minutos antes de las 10.
Matías confesó seguir llevando en su billetera un papel escrito por ella.
Santo confesó prender los cigarrillos con un hermoso encendedor Zippo obsequiado por ella.
Los tres se miraron.
Dentro del lavatorio del baño, el pedazo de papel, el reloj y el zippo.
El fuego quemó y chamuscó todo.
El fuego fue encendido por un simple fósforo de una caja de fósforos ya casi vacía.
Y mientras el fuego ardía. Los tres, sin darse cuenta, habían dado el primer paso."
Y luego se escuchó esta belleza de Stevie Wonder
jueves, 18 de noviembre de 2010
Emisión Número 139
"La fórmula busca su forma.
En la pared de una de las habitaciones hay números escritos. Letras. Ecuaciones.
La habitación está vacía.
Matías sigue sin recordar aquello que será revelador. Pero por las dudas, y por puro instinto, escribe y escribe la formula de algo que no sabe que es.
En un principio, volcó toda su intuición en esa pared. Formulas y más formulas. Quería sentirse abrumado por su conocimiento que, aun así, no pude impedir el tremendo dolor generado por ella.
Su nombre, el de ella, escrito a un costado en la pared: Eugenia Belmondo. Aun no convertida en fórmula, aun era un nombre.
Ya era la hora del encuentro. Ya era la noche.
Horas antes. Aun durante la tarde, Ernesto miraba fijo la biblioteca que ocupa todas las paredes de su departamento de un ambiente.
“Solo verás siempre las mismas paredes”, alguien le había dicho. Y ahora era prisionero de esas cuatro paredes.
Miraba y miraba. “Estadística pura”, pensó. Cuanto más tiempo pase mirando más entendimiento tendrá. “Sobre esa pared”, pensó. Es escaso.
Pero su mente comenzó a divagar. Haciendo una y otra vez la misma pregunta. “¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo controlar los sentimientos?”
Entonces, de repente. Como si un libro saliera por propia voluntad de la biblioteca y le pegara en la cabeza, la pregunta se transformó en otra pregunta.
Y Ernesto sintió que tal vez había dado con algo.
“Con otra pregunta, eso seguro” le diría más tarde Matías.
Pero era la madre de todas las nuevas preguntas a surgir…
¿Se puede controlar el sentimiento ajeno?
Ernesto recordó a Santo. Un viejo conocido. Un viejo amigo. Un viejo hippie.
Alguien retirado, vegetariano, sano… salvo por el problema en su corazón. Una dama, tiempo atrás había repartido los pedazos de su corazón.
Y Santo estaba pasando sus días intentando recuperar todas las piezas.
Y aunque aun no lo supiera, una de las piezas había cambiado su forma.
Y su forma nueva era una pregunta… ¿se podría controlar algo de los sentimientos? ¿se puede real y honestamente aprender de ellos?"
Luego, Lucila Inés tocó en vivo!
Emisión Número 138
"El museo moderno del error, nombre por el cual se lo conoció por aquellos días, junta muchas almas en pena.
Originalmente compuesto por dos amigos. Ambos con el corazón roto. O más bien hecho trizas.
“Lo peor de una mujer que te rompe el corazón es que empieza a repartir los pedazos”, dijo uno.
“De qué forma…” se preguntó el otro “podríamos controlar aquello que no se puede controlar”.
Algunas botellas de JB más tarde se retiraron, cada uno por su lado, con una tarea imposible.
Cómo controlar aquello que no se puede controlar. Cómo controlar los sentimientos. Y, de no poder controlarlos… ¿qué hacer?
Uno se llamaba Matías. El otro, Ernesto.
Matías vive en el piso más alto de un moderno edificio. Varias veces se descubrió pensando “Edificio moderno, problemas viejos”. Esas paradojas.
Ernesto vive solo. En el primer piso de un edificio oscuro. La luz nunca entra a un piso tan bajo.
Ambos pensaron mucho esa noche. Pensaron dejando de lado un pequeño detalle, sus profesiones.
Y, aunque nos adelantemos en la historia, es justo decir que en sus profesiones está la clave.
Matías es químico. Ernesto es psicólogo.
Una vez, la mujer de uno de ellos dijo: “el amor está sobrevaluado. Químicamente es como comer enormes cantidades de chocolate”.
¿Y si fuera cierto? ¿Y si fuera una cuestión química?
“Si esto es así, debe haber una fórmula”, fue lo primero que pensó al despertar Matías. Pero como suele suceder cuando uno recién se despierta, olvida lo soñado y lo pensado. Y está a expensas de la buena fortuna de la suerte o a expensas de una señal. Una simple señal que dispare con presencia ese recuerdo.
Es así, entonces, que el día previo a la noche del encuentro… tanto Matías como Ernesto no recordaban lo que habían soñado y mucho menos lo que habían pensado al despertar.
Sus profesiones tenían las primeras preguntas que los llevarían a más preguntas. Y así se forjaría el camino.
Solo dependían de ese momento de suerte. De esa asociación libre que a veces son momentos de revelación o que pasan sin siquiera ser notados. Como pasan los amores o los recuerdos que van quedando lejos en la memoria.
Pero es de los recuerdos que ellos se tendrán que nutrir. Como mirar muy de cerca una herida para descubrir el universo que habita en ella."
Luego, desgrabamos a Jacobo y Silvia y Anabela...
Como todos los miércoles, La Dra Laura nos iluminó con su sabiduría...
viernes, 12 de noviembre de 2010
Emisión Número 135
"La gravedad todo lo iguala"
"Estaba sentado en el balcón cuando tiró el cigarrillo hacia el vacío.
El cigarrillo cayó fluido. Como dice una de las leyes de la física, la gravedad todo lo iguala. Salvo lo que es más liviano que la gravedad.
Entonces, el cigarrillo iba cayendo.
Una ventana más abajo, pero momentos antes de que el cigarrillo fuera arrojado, alguien tiró un vaso de plástico. Dentro del vaso, había agua.
Entonces, en un momento, el vaso, el agua, el cigarrillo. Todo iba cayendo.
Primero el agua.
Luego el vaso.
Y cerca detrás el cigarrillo.
Por un momento, mientras miraba desde su balcón, estos elementos parecían tener vida.
“Espero que se estrellen y salgo”, pensó.
La persona que arrojó el vaso – vaya a saber uno por qué – cerró su ventana y jamás se preguntó nada. Ni del vaso, ni del agua, ni del descubrimiento que había hecho y que motivo el arrojo de ese vaso.
Para uno, el cigarrillo arrojado era… simplemente un cigarrillo arrojado.
Para otro, el vaso arrojado, era una decisión de vida.
Los días transcurrieron para estas dos personas que no se conocían pero que eran vecinos.
Uno siguió fumando sus cigarrillos pero ya no los arrojaba, los apagaba en el cenicero, o en un vaso con agua.
El otro, tuvo que seguir negando aquello que había descubierto.
La gravedad todo lo iguala.
Cuando el agua finalmente chocó contra el pavimento, nadie lo notó.
El vaso cayó a su lado en el mismo momento que un taxi se detenía de repente para que un pasajero se subiera.
Y el cigarrillo que, pequeño detalle, caía encendido, cayó a menos de un milímetro del agua.
Y aunque pareciera todo inconexo y desarticulado… el agua, como si tuviera algo de vida consciente, se extendió un poquito … para apagar el cigarrillo aunque la gravedad todo lo iguale."
Luego, a las 23 horas comenzó un mini set acústico de Cam Beszkin y Manu Fusari
jueves, 11 de noviembre de 2010
Emisión Número 134
"“Mirarte duele”, pensó en decirle.
Sus piernas iban apoyadas en el marco de la ventana.
Su mano derecha sostenía un cigarrillo que siempre estaba a punto de caer.
Era tarde en la noche.
Y el semáforo los detuvo un instante.
Era el último viaje juntos. Pero ella parecía distante, a pesar de su comodidad.
Las palabras sobraban. Ambos lo sabían. Por eso el viaje era en silencio.
En su dedo índice, un anillo.
“¿Cuándo veré esa mano otra vez?”, y el vacío del estómago lo lleno de abismo.
Porque en ese momento se dio cuenta de las últimas veces. Cada una, única.
El último cigarrillo.
Cuando se dio cuenta de que el último beso ya había pasado…
“Me das una pitada”, preguntó.
Ella, sin mirarlo le pasó el pucho.
Y cuando él le dio la calada, sintió un poco – solo un poco – el lápiz labial en su boca.
Fue como saborear un recuerdo. Decidió no devolvérselo.
Y ella, sabiendo – porque ella siempre sabía – se lo dejó.
Sin que él lo notara ella lo miró.
Y aunque el amor ya se había ido, ella también quería verlo sin que él lo notara.
Seguramente, por motivos diferentes.
Entonces, el auto se estacionó por última vez en su casa. Ella bajó por última vez.
Y él la vio alejarse casi sin hablar.
“Mirarte me duele”, se le escapó. Como si lo hubiera dicho otro.
“Entonces no mires”.
Y entró a su casa.
Él terminó el cigarrillo y lloró cuando lo tiró a la calle.
“Al que madruga…” – pensó – “más vale pájaro en mano”. Y comenzó este viaje por primera vez."
Luego, se desgrabó parte de un almuerzo de Mirta y Marcelo y en el momento de la dra Laura se habló de amistades!
miércoles, 10 de noviembre de 2010
Emisión 133
"“¿Por qué solo recuerdo lugares?”, pensó.
Después, se subió a su auto y manejó durante toda la noche.
Cerca de la costanera, compró algo para comer.
A ese algo para comer, le puso algo que tenía ajo.
Pensó que era gracioso tener hambre y hasta se lamentó el sabor a ajo que le había quedado en la boca.
“Tal vez bese a alguien esta noche”, pensó.
Y ese pensamiento, un poco ridículo para ese momento, lo llevó a pensar en sus primeros besos.
“Siempre es un primer beso”, pensó.
De esa forma comenzó a dedicarle un pensamiento a cada beso que recordaba.
“Lo que recuerde, es lo que importa. El resto, si no lo recuerdo es porque no existió”. Entonces se entregó a la confianza de su memoria.
El beso frente a la plaza. Aquel beso bajo la nieve. El beso en el baño. El beso en el ascensor. El beso en la terraza. El beso en la heladería. El beso en el auto. El beso en la esquina de Cordoba y Anchorena. El beso robado en la playa. El beso en la escalera.
Todos eran primeros besos.
Recordaba lugares, pero no recordaba nombres.
“¿Por qué solo recuerdo lugares?” Hasta recordó lugares donde no había besado.
Sintió que el viaje en auto no era un viaje más. Sintió que era el primero.
“¿Seré siempre nuevo en cada cosa vieja que hago?”, ya el pensamiento lo mareaba.
Bajó todas las ventanillas de su auto. “Dios bendiga a las ventanillas eléctricas”, pensó.
Y aceleró. El viento entraba por todos lados. Ojalá pudiera pausar ese momento.
Dónde están todas ellas. Dónde fueron los momentos si los lugares ahí están.
Pausar el movimiento sin detenerlo era lo que quería.
“Pausar el movimiento sin detenerlo… es como recordar solo lugares”, pensó."
Orta hizo una segunda entrega de películas para enamorarse...
y el invitado de las 23 horas fue el biólogo artísta Pablo Lapadula que casi nos devela el secreto de la vida!
lunes, 8 de noviembre de 2010
Emisión 132
"Él tomó el colectivo como un día más.
Ella ya estaba sentada y miraba por la ventana con su cabeza apoyada en el vidrio. Que estaba frío.
Él pagó con monedas y esperó a que se desocupara un lugar.
Ella, espió, detrás de sus anteojos negros y pareció interesada. “Ojalá”, pensó, “ojalá se siente cerca”.
Él ansiaba sentarse. Solamente eso.
Entonces alguien se paró para bajar.
Y él se sentó. Justó detrás de ella.
Ahora, para ella, cualquier movimiento la delata.
Pero él nota que en la nuca de ella hay un tatuaje. Y comienza a imaginar el rostro que hay delante de esa nuca, de ese tatuaje, delante de esa cabellera desordenada pero – de alguna forma – erótica.
“¿Cómo será?”, pensó él. “Tendrá ojos verdes? Ojos negros? Ojos Marrones?” hasta en un momento se preguntó si ella tendría ojos.
Ella, por su parte, pensaba “estará atrás mío? Seguirá sentado detrás? Ya se habrá bajado”.
El tatuaje era lo que los unía, al menos desde la incertidumbre.
Entonces ella era un tatuaje, una nuca, unos pelos despeinados.
Y él era un extraño deseo para ella.
Ambos con preguntas. Ambos amando la incertidumbre. Y así viajaron hasta que alguno de los dos, simplemente, comenzó a pensar en otra cosa.
Y esa otra cosa pasó a ser lo importante.
Pero no tan importante como para detallarlo aquí.
Cuando él bajó, lo hizo delante de ella. Ya no recordaba el tatuaje. Y ella, que solo lo vió de frente, al verlo de espaldas… para sorpresa de quien digita los destinos, no lo reconoció.
De hecho, caminaron unas cuadras a la par sin verse. Como riéndose de lo que jamás iba a suceder.
Ambos, sin saberlo, negaron el destino que – por un momento – se empeñó en que se conozcan."
Se siguió leyendo el diario de rodaje de Apocalypse Now.
En el Momento Cancio se habló de Ucronias en la literatura y el cine.
Y se leyó una carta de Paul McCartney que le escribió a Prince.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
Emisión Número 129
Luego, el Profesor Jonas nos habló de algunos aspectos de la vida de Charles Cheselin.